La
antigua retórica señaló que todo discurso debe tener presentes los objetivos de
docere (enseñar, informar), delectare (agradar) y movere (convencer, persuadir).Todo discurso se mueve en estos vértices
LA MENTE VA DONDE EL CORAZÓN LA LLEVA
1. ENSEÑAR. Los oyentes
esperan aprender algo, no
necesariamente algo nuevo, puede ser una distinta luz sobre un asunto, otra
manera de enfocar los problemas, una forma original de exponerlos. Lo que no
quieren es oír siempre lo mismo de la misma manera, ni que les hagan perder el
tiempo. Uno discurso no puede pasar como
quien oye llover, ese sería su peor defecto.
2. DELEITAR. El aburrimiento es el gran
enemigo del orador. Por tanto, el discurso ha de ser capaz de deleitar, de mantener la atención de manera activa mediante
los gestos, la voz y, sobre todo, un lenguaje cuidado y elegante. De hechizar a
aquel que le escucha, aunque éste no sepa de donde procede ese embrujo. Como
sucede con la música, que nos mueve el animo, nos entristece o alegra, nos
relaja o enerva, aunque no seamos capaces de juzgarla técnicamente.
3. PERSUADIR. El tercer vértice se refiere a la persuasión o convencimiento. Convencer consiste en hacer que el otro
afirme nuestras ideas y proposiciones. Persuadir
va más allá, procura conseguir que quienes me escuchan hagan lo que yo
propongo. La persuasión se asienta sobre la libertad y capacidad de decisión de
las personas. No es coacción, ni insistencia, ni orden o instrucción obligatoria. Intenta
reunir y potenciar los recursos que tiene una persona cuando habla a otra para
producir un cambio en los pensamientos o actitudes de otro, acudiendo a su
capacidad de razón y de emoción
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