ESTRATEGIAS DE ELABORACIÓN DEL DISCURSO

ESTRATEGIAS DE ELABORACIÓN


DEL DISCURSO


1. Preámbulos del discurso

2. Pensar lo que se dice



1. PREÁMBULOS DEL DISCURSO



Antes de comenzar a decir un discurso hay una serie de operaciones de máxima importancia: establecer sus objetivos y la empatía con el público.


Un discurso se asemeja a un ser vivo. Ya Platón dijo algo parecido hace 2.500 años, y quizá sea la mejor definición que se ha dado nunca en su brevedad y certeza. En efecto, un discurso no consiste sólo en palabras puestas en cierto orden, sino en una estructura organizada en sus elementos y objetivos. Es decir, hay que saber buscar la manera de hacer el discurso, cómo decirlo y para qué.

Objetivo del discurso
A la hora de planear un discurso, una intervención pública, conviene comenzar por el final, es decir, por lo que se quiere conseguir, por considerar el objetivo para el que se hace intervención hablada. Este objetivo debe ser la guía de todo el proceso, porque según su definición, así será el discurso que hagamos. Aristóteles estableció la primera división de los discursos según los oyentes a los que iban dirigidos. Si el oyente era un juez, discursos judiciales; si una asamblea, discursos deliberativos; si se pronuncia con el objetivo de poner en juicio algún asunto frente a quienes interesa, entonces demostrativo.


Cada uno de los tipos de discursos, ciertamente más que los que señaló Aristóteles en su división tripartita y omnicomprensiva, observa un tipo de objetivos. Respecto a ellos se eligen los argumentos y las diversas formas elocutivas, porque la persuasión se obtiene ajustando las claves posibles de elaboración del discurso al contexto donde este se ha de desarrollar.

El público
El estudio del público al que se dirige el orador es el punto de partida necesario y vital. Puede variar desde un público muy conocido, como los compañeros de trabajo o los amigos en una reunión social, hasta desconocido por completo, como ocurrirá en una conferencia abierta a la que no se sabe qué personas asistirán. Aristóteles, en el libro segundo de su Retórica da algunas observaciones interesantes sobre cómo adaptarse a los diversos públicos.

Empatía
No está de más que quien tiene que hablar en público se prepare para tener la suficiente destreza de juicio como para acercarse al público al que se va a dirigir. La empatía es virtud necesaria para el orador, porque le permitirá vencer esas barreras que dificultan las primeras ocasiones en que entramos en contacto con otras personas o en mantener una relación de una cierta intensidad con quienes llevamos ya tiempo en relación.


Claves de empatía
Se pueden proporcionar ciertas claves para conseguirla. No son trucos ni técnicas automáticas, pero sí se pueden entrenar. Quizá la más sencilla consista en preocuparse por los demás, es decir, procurar la impresión de que los demás centran nuestra atención. Si nos dirigimos a compañeros más o menos cercanos, el juicio residirá más bien en nuestro quehacer cotidiano, pero si se trata de una conferencia o presentación, podemos inducir esa cercanía mediante ciertos recursos de aproximación.


Uno de ellos consiste en iniciar nuestra conferencia o discurso haciendo referencia a nuestros oyentes, a su generosidad en dedicarnos su tiempo, o su esfuerzo en escucharnos. En ciertos discursos se hace referencia al lugar donde se habla, a la empresa en la que trabajan los oyentes, a su situación social profesional. No hay recetas, salvo la de buscar el motivo que nos pueda acercar al público que escucha en cada ocasión.


Presentación del orador
La propia presentación del orador también causa efectos en su auditorio. No sólo el cuidado de la apariencia personal, que, por supuesto, debe procurarse siempre, sino también la manera de hacerse ver en esos primeros contactos. Es un efecto psicológico que las primeras impresiones malas son muy difíciles de variar, mientras que las primeras impresiones buenas, abren de alguna manera el contacto con quienes acabamos de conocer o ante quienes se presenta por primera vez. El contacto sereno, la mirada sobre el auditorio, el rostro agradable y atento a lo que está pasando, a las personas que llegan y se sientan, a quienes ya están desde hace un rato esperando, proporciona unas primeras condiciones de atención y acogimiento que le resultarán efectivas para el desarrollo posterior.






2. PENSAR LO QUE SE DICE



Antes de hacer y decir un discurso son necesarias ciertas operaciones de preparación.

A la hora de confeccionar y pronunciar un discurso o intervención pública entran en juego varias fases de preparación, a las que se conoce como operaciones retóricas. A lo largo de la historia, la retórica desarrolló el método de elaboración integral del discurso, desde su origen en el pensamiento hasta su elocución.

Inventio

La primera de las operaciones retórica clásicas se llama **inventio,** que se puede traducir por “hallazgo, encuentro, descubrimiento”. Consiste en el momento de buscar y encontrar los argumentos, pruebas y ejemplos, figuras que en el discurso se van a poner en práctica. Es un momento y operación anterior a las partes más vistosas, como la pronunciación del mismo, pero esencial para que todo transcurra eficazmente.


Intellectio

Algunos autores señalan una operación anterior, denominada //intellectio//, que consiste en comprender el asunto propuesto. Hay que tener presente que cualquier acto comunicativo comienza con unas actividades cerebrales internas de aquel que en el proceso de comunicación se denomina emisor. Esas actividades son puramente subjetivas y ocurren en la intimidad de los procesos mentales de la persona. En esa operación de intellectio hay que comprender el asunto de que se trata, es decir, de aquello que se propone o de lo que se va a hablar, en su integridad, asignándoles las categorías correspondientes y haciendo su estructura lógica para poder responder a la misma en la posterior intervención.


Precisión del tema

Los antiguos, con respecto al discurso judicial, distinguían si de lo que se debía hablar era una //quaestio infinita,// es decir, una cuestión general o tesis, o una quaestio finita, cuestión concreta o hipótesis. El objetivo inicial de la comprensión de algo consiste en situarlo en el mundo del orador. Si es una cuestión general, la argumentación funcionaría de manera distinta a si es una cuestión concreta que se pueda detallar con más precisión, recurriendo a ejemplos concretos.


Esa situación general de los problemas se amplía y especifica con varias concreciones, detallando cada uno de los aspectos de lo que se va a tratar. Siguiendo con el ejemplo de los antiguos, referido a los juicios, distinguían si un asunto que se iba a someter al tribunal estaba en status coniecturae, es decir, la determinación de los hechos, status finitionis, la denominación de legal de lo que había sucedido y su definición, el status qualitatis, la definición legal y el status translationis, en caso de recusación o impugnación de la causa.


Todavía precisan más lo que se ha de establecer con la intellectio, como hace Sulpicio Víctor, escritor del siglo II, añadiendo que mediante ella hay que precisar la especie, el modo de la causa de que se trate en cada momento y sus grados de credibilidad.



Sin entrar en esos detalles técnicos de la retórica, la intellectio permite al orador conocer aquello de lo que va a tratar y sobre la que va a construir el discurso, así como evaluar y partir con suficiente fuerza de la situación prerretórica en la que está situado.


Pensar el discurso

Una de las claves de la elaboración de una intervención estriba en el tiempo dedicado a su elaboración, no sólo a escribir o a ensayar, sino sobre todo a pensar la cuestión. Este aspecto de la oratoria suele ser de los menos atendidos, e incluso no se toca en los manuales que se pueden consultar sobre el tema. Se pasa por alto que tener un método para afrontar los problema de reflexión sobre los más variados asuntos constituye una fuente de capacidad para posteriores operaciones y la manera adecuada de afrontar los problemas.


Esta operación, la de pensar sobre lo que tenemos que tratar o decir, es de extremada importancia no solo para la oratoria, sino como punto de partida de nuestra comprensión de la realidad, de ahí que en la raíz de todo procedimiento comunicativo, antes que el dominio formal o las características artísticas, se encuentre la meditación y reflexión acerca de las cosas.

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