miércoles, 7 de septiembre de 2016

EL TRIÁNGULO ORATORIO

La antigua retórica señaló que todo discurso debe tener presentes los objetivos de docere (enseñar, informar), delectare (agradar) y movere (convencer, persuadir).Todo discurso se mueve en estos vértices

 LA MENTE VA DONDE EL CORAZÓN LA LLEVA






    
1. ENSEÑAR. Los oyentes esperan aprender algo, no necesariamente algo nuevo, puede ser una distinta luz sobre un asunto, otra manera de enfocar los problemas, una forma original de exponerlos. Lo que no quieren es oír siempre lo mismo de la misma manera, ni que les hagan perder el tiempo.  Uno discurso no puede pasar como quien oye llover, ese sería su peor defecto.

2. DELEITAR. El aburrimiento es el gran enemigo del orador. Por tanto, el discurso ha de ser capaz de deleitar, de mantener la atención de manera activa mediante los gestos, la voz y, sobre todo, un lenguaje cuidado y elegante. De hechizar a aquel que le escucha, aunque éste no sepa de donde procede ese embrujo. Como sucede con la música, que nos mueve el animo, nos entristece o alegra, nos relaja o enerva, aunque no seamos capaces de juzgarla técnicamente. 

 3. PERSUADIR. El tercer vértice se refiere a la persuasión o convencimiento. Convencer consiste en hacer que el otro afirme nuestras ideas y proposiciones. Persuadir va más allá, procura conseguir que quienes me escuchan hagan lo que yo propongo. La persuasión se asienta sobre la libertad y capacidad de decisión de las personas. No es coacción, ni insistencia, ni  orden o instrucción obligatoria. Intenta reunir y potenciar los recursos que tiene una persona cuando habla a otra para producir un cambio en los pensamientos o actitudes de otro, acudiendo a su capacidad de razón y de emoción

 




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