viernes, 23 de septiembre de 2016

EL ORADOR PERFECTO



Quintiliano, en su obra Institución Oratoria,  desarrolla una idea muy querida en la antigüedad, de hondas raíces socráticas, la de que la excelencia en un arte no se alcanza a no ser mediante la perfección del ser humano completo.

«En tan inmenso mar sólo me parece que veo a Marco Tulio (Cicerón), el cual, a pesar de haber entrado en él con una nave tan grande y bien equipada, amaina velas, deja los remos y se contenta al cabo con enseñar con qué tipo de estilo tiene que hablar el que ya es orador perfecto. Pero mi temeridad se esforzará en tratar también de la ética que debe tener y considerar sus propias obligaciones.» Inst. XII, proe 4 

Su famosa definición de orador encierra una teoría tanto de la retórica como del orador:

«Es pues para nosotros el orador que queremos formar, tal como lo define Catón: un hombre de bien que sabe hablar (vir bonus dicendi peritus).» Inst. XII, 

Este vir bonus dicendi peritus sugiere en cuatro palabras una auténtica y compleja caracterización del orador, pues la carga semántica de cada una de ellas traza un retrato de un hombre íntegro, moralmente y psicológicamente, fundamentado a través del lenguaje. Así lo expresa en este párrafo:

«La misma naturaleza, principalmente en aquello que de manera especial otorgó al ser humano y con lo que nos distinguió de los demás animales, no hubiera sido madre, sino madrastra, si nos hubiera proporcionado la capacidad de hablar para que fuese compañera de los delitos, contraria a la inocencia y enemiga de la verdad. Porque mejor hubiera sido nacer mudos y carecer de toda razón que emplear en nuestra propia ruina los dones de la Providencia.» Inst. XII, 1, 2



En su opinión, orador perfecto sólo puede serlo el hombre de bien, porque supondría una contradicción con el propio proceder de la naturaleza que alguien malo, es decir, con un defecto en su propia esencia, pudiera ser excelente. Muy en línea socrática, como dijimos, explica Quintiliano al orador perfecto como moralmente perfecto. Esto no deja de llamar la atención en nuestra época, acostumbrados como estamos a exigir especialización y disculpar lo demás en virtud de ello. Dejemos hablar a Quintiliano:

«Considera más allá mi modo de pensar. Porque no solamente digo que es necesario que sea hombre de bien el que va a ser orador, sino que no puede ser orador sino el que sea hombre de bien» Inst. XII, 1, 3 

«Pues si nadie es malo si no es igualmente necio, tal como no sólo lo dicen lo sabios, sino que también lo ha creído siempre la gente normal, ciertamente nunca un necio llegará a ser orador» Inst. XII, 1, 4

«Finalmente, por abreviar la mayor parte de la cuestión, supongamos, lo que de hecho nunca puede pasar, un mismo grado de capacidad, de estudio y de erudición en un hombre pésimo y en otro óptimo, ¿de cuál de los dos diremos que es mejor orador? No hay duda alguna que de aquel que es también mejor hombre. Pues por lo mismo, jamás un mismo hombre, siendo malo, será perfecto orador. Porque no es perfecta una cosa cuando hay otra mejor que ella.» Inst. XII, 1, 9

«Porque nadie pondrá esto en duda, todo discurso se dirige a que el juez vea lo que se expone como verdadero e intachable. ¿Y esto lo conseguirá mejor un hombre honesto o uno malvado? Uno honesto, que habla frecuentemente de cosas verdaderas y honestas… Por el contrario, a los hombres malvados alguna veces hasta se les estropea la misma desfiguración de las cosas por causa del desprecio que tienen de las opiniones ajenas y de la ignorancia de lo que es justo.» Inst. XII, 1, 11-12

Esta posición es tan genuina en él y tan honrada, que al pasar revista a los modelos que se proponían en las escuelas de oratoria, especialmente Cicerón y Demóstenes, no deja de someterlos a juicio.

«Ahora voy a responder a aquellas objeciones que se me hacen como una especie de conspiración del vulgo. Entonces… ¿Demóstenes no fue orador? Porque se nos dijo que fue malo. ¿No lo fue Cicerón? Pues muchos reprendieron sus costumbres.» Inst. XII, 1, 14

«Pero si a estos hombres les faltó la más alta virtud, responderé a quienes ponen en duda si fueron oradores del mismo modo que los Estoicos si se pregunta si fueron sabios Zenón o Cleantes o el mismo Crisipo, que fueron hombres grandes y dignos de respeto, pero que no llegaron a conseguir aquello que la naturaleza del hombre tiene por lo más excelente. Pues Pitágoras no quiso que le diesen el nombre de sabio (sofós), como los que le habían precedido, sino el de amante de la sabiduría (filósofo).» Inst. XII, 1, 19

«Sin embargo, acomodándome al modo común de hablar, he dicho muchas veces, y lo volveré a decir, que Cicerón es un orador perfecto… pero cuando sea preciso hablar con propiedad y ajustándose a la verdad, diré que yo busco al mismo orador que Cicerón buscaba» Inst. XII, 1, 19

Para Quintiliano, Cicerón se encuentra cerca del ideal del orador perfecto, aunque reconoce esos fallos de carácter que se le atribuían desde la antigüedad, como su prepotencia, insolencia o afán de notoriedad. Sin embargo, Quintiliano no lo propone, ni a él ni a Demóstenes, como encarnación del ideal, sino acercándose al mismo de manera muy aproximada, digamos como posibilidad humana real del orador perfecto, algo así como esos filósofos estoicos que cita o cómo Pitágoras se llamo filósofo, amigo de la sabiduría, cercano a la sabiduría, y no sabio, por humildad intelectual. 

En último extremo, la búsqueda del orador perfecto descarta la posibilidad de que a ese ideal llegue alguien malo por imposibilidad antropológica y psicológica, debido a que entra en contradicción su propia naturaleza con su actividad.

«Admitamos, sin embargo, cosa imposible por naturaleza, que haya habido algún hombre malo consumado en la elocuencia; pues con todo negaré que este fuera orador. Como tampoco llamaré valientes a los que enseguida están dispuestos, pues la valentía no puede entenderse sino como virtud (requiere término medio, discernimiento).»  Inst. XII, 1, 23

«Porque nosotros no formamos cualquier tipo de instrumento forense ni una barata cualidad de voz… (sino) una persona singular y perfecta desde todo punto de vista, óptima en sentimiento y óptima en palabras.» Inst. XII, 1, 25

«Persuadirá mejor a otros quien se haya persuadido antes. La simulación, aunque se esté muy pendiente, se descubre al final, y nunca fue tal el poder de la elocuencia que no titubee y vacile siempre que entren en contradicción las palabras con los sentimientos. Pero es necesario que un hombre malvado diga lo contrario de lo que siente.» Inst. XII, 1,29-30


Se puede consultar mi artículo, del que procede este resumen, en “Guía de oratoria forense. El orador perfecto”. Iuris nº 220, septiembre (II) 2014, 23-25.

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